Por: Mario Valencia
Twitter del autor: @MarioZala17
En nuestro capítulo anterior La Llorona acechaba mansiones
abandonadas, un hombre sin rostro asesinaba sin piedad, los conventos eran
azotados por males del más allá y un monstruo similar al del Dr. Frankenstein,
era la prueba fehaciente de cómo no tropicalizar una película. Ahora, seguimos con la escalofriante segunda parte.
A partir de
1957, se tomaría un interés en el género, lo suficientemente grande como para
abarcar las siguientes dos décadas del cine nacional. El vampiro, protagonizada por Germán Robles, da el giro al darle
seriedad, matices expresionistas, clara influencia de las cintas de Universal
Studios, y el protagonismo de una mujer (Ariadna Walter), como la fuerza que
debe detener a este feroz vampiro de seguir infestando el pueblo.
Chano
Urueta seguiría en el rubro, lanzando La
cabeza viviente (1961), El barón del
terror (1962) y El espejo de la bruja
(1962). La primera sobre la profanación de una tumba azteca y la segunda,
sobre un hombre ejecutado en el siglo XVII por la Inquisición. Nuevamente, el
terror relacionado a la mística religiosa es lo que acapara. ¿Dónde queda el
terror provocado por la psicología humana?
Mientras El
Santo, Chabelo y Pepito, seguían repartiendo golpes y chistes malos a una serie
de infames botargas, llegó el director más influyente de la escena nacional
para refrescar al género: Carlos Enrique Taboada. Hasta el viento tiene miedo (1968), marca su debut como director
tras co-escribir guiones junto a Urueta. Seguirían El libro de piedra (1968), Veneno
para las hadas (1986) y Más negro que
la noche (1975), la cual, jugaba con el clásico simbolismo de un gato
negro, representando la locura habida entre cuatro mujeres. Como siempre, en
esta industria no puedes mantenerte realizando obras de un solo estilo, y solo
como paréntesis, Taboada lanza cintas como La
guerra santa y ¿Quién mató al abuelo?,
ambas de gran calidad, pero alejadas del horror.

A la par,
otro gran maestro: Juan López Moctezuma, periodista y productor de Alejandro
Jodorowski. Con solo cinco películas en su haber, de 1973 a 1994, convertidas
ahora en clásicos de culto, representan los grandes vicios del ser humano, más
el juego que discierne entre realidad y fantasía. La mansión de la Locura (1973), basada parcialmente en un relato de
Poe, marca el inicio de su corta carrera cinematográfica. Su más grande éxito,
hasta años después: Alucarda, la hija de
las tinieblas (1977), inspirada en Carmilla
de Sheridan Le Fanu, lleva a los límites la relación lésbica entre las
protagonistas y expone el horror gótico nacional a grandes niveles. Es una pena
que Moctezuma, haya fallecido en condiciones precarias, como se ve en el
documental Alucardos.
Juan Ibañez, director de la aclamada película Los caifanes, dirigió, a partir de
fragmentos comprados por él en una visita a Hollywood, inmundas cintas que
anunciaban como estelar a Boris Karloff, el legendario monstruo de los años 30.
Obviamente, Karloff ya había fallecido y jamás puso un pie en México. Solo se
añadieron escenas hechas aquí que incluían a Julissa, Enrique Guzmán y
Tongolele. Así nacen Invasión Siniestra y
La muerte viviente.
Finalmente,
otra trilogía, no considerada así aunque el autor de este texto encuentra
fundamental para el cine nacional, buscaba ganarse el gusto del público por su
imponente protagonista: Enrique Rocha. De 1968 a 1975, aparecen tres películas:
La endemoniada, Satanás de todos los horrores y Satánico
Pandemonium. Su interpretación, se caracterizaba por ser el típico vampiro
o demonio lleno de elegancia, seductor, con buen arte para hablar. La voz de
Rocha, penetrante, escalofriante, comparable a la presentada por Germán Robles.
Este par de actores, son íconos del cine de horror nacional. Lástima que ahora
solo espera que una muchacha italiana venga a casarse con él en una telenovela…
La década
de los 80s, dio fin al control de calidad en el cine mexicano. Fue una década
de oscuridad para toda la industria, que deambulaba entre las películas de
ficheras y las de narcotraficantes. Eso sí, vaya que era espeluznante ver Vacaciones del terror con Pedrito
Fernández continuando el legado de la familia Cardona. En TV, aparecía una
serie que no envejeció con gracia: La
hora marcada. En su momento, era novedoso ver historias así. Ya en
retrospectiva, la mayoría no pasaban del melodrama clásico, con elementos
fantásticos. Al menos sirvió como semillero de talentos, incluido el último
director mexicano que logró causar revuelo en el cine de terror: Guillermo del
Toro. Su ópera prima: Cronos, mezcló
la figura del alquimista con el vampirismo moderno. Una maravilla, prueba de la
calidad posible que se puede alcanzar en México. La llamada generación de
“Nuevo cine mexicano”, puso altas las expectativas. ¿Recuperó su constancia el
cine de horror?
Ahora, las
grandes productoras buscan emular el cine norteamericano pero con una pobre
producción, cero contenido y sustos solo al momento de darte cuenta que has
perdido una hora y media de tu vida, viendo un refrito burgués hecho en la
Condesa. Películas tipo Kilómetro 31,
son odas al cliché que han consumido. El problema también recae, en los
ambiciosos estudios que no abren sus puertas a nuevas propuestas, por temor a
tocar temas tabúes o al propio estigma que la industria se provocó así misma. Si hay un
renacimiento del horror en México será más que bienvenido. Mejor dicho, sería
lo ideal.