“Si tan sólo la
vida fuera como un musical de H.P. Mendoza…” añoraba
un crítico de cine al hablar de Fruit Fly, ópera prima de este
director de ascendencia filipina (proyectada en el Festival Mix México en 2010)
y teniendo como antecedente su guión, música y letras para Colma: The
Musical, dirigida por Richard Wong. A muchos sorprende, con semejante
filmografía (alguna vez alguien dijo que los musicales de Mendoza eran “demasiado
asiáticos para los gays y demasiado gays para los asiáticos…”) que el nuevo
proyecto de este hacendoso cineasta sea un experimento (como él lo llama) que
responde más al terror y al minimalismo que a sus coloridas obras anteriores.
Sin embargo, considero que el trayecto de Colma a I am a
ghost no es tan confuso como parece: ya desde aquel primer musical,
Mendoza atacaba con descaro a la muerte y su lúdico contacto con el mundo de
los vivos, que a veces parecieran más muertos que los que ya están enterrados.
Colma es un pequeño suburbio de San Francisco (actual hogar de Mendoza y escenario
de Fruit Fly y también de I am a ghost, aunque no
se especifica) en el que los muertos superan a los vivos en número, debido a su
alarmante número de cementerios. En este limbo, a la sombra de la metrópoli, el
musical de Mendoza y Wong narraba el deambular de tres jóvenes que no sabían
hacia dónde seguir con sus vidas, casi en estado zombie, perdidos en el
aburrimiento de una ciudad dormida. No hay gran diferencia entre ese
planteamiento y la rutina catatónica que encierra a Emily en la casa donde fue
asesinada varios años atrás en I am a ghost. El puente que las
conecta es Fruit Fly, en donde pudimos ser testigos de la
devoción que siente Mendoza por la mujer asiática y su vulnerable belleza. En
sus musicales, su musa era L.A. Renigen y en su incursión al terror se apoya en
la titánica presencia de Anna Ishida, a quien le da la tarea de sostener la
película entera, siempre acompañada de la hipnótica voz de Jeannie Barroga. Más
que recurrir al susto fácil o al gore, Mendoza decide abordar el subgénero
del cuento de fantasmas desde un punto de vista contemporáneo, íntimo e incluso
queer. La brevísima película se centra en el proceso que sigue Sylvia,
la médium contratada por una familia preocupada, para expulsar de una antigua
casa a Emily, la chica fantasma. Las sesiones espiritistas (en las que sólo
vemos a Emily y escuchamos a Sylvia) poco a poco se convierten en auténticas
terapias que van desentrañando las razones por las que Emily no ha cruzado al
más allá. Existe un delicioso subtexto que presenta a Emily como una joven que
se niega a aceptar su condición actual, aislada de su familia, que recibe
consejos de una mujer mayor que también fue rechazada por “ser diferente” y se
identifica con ella, ayudándola a aceptar lo que es y a reconciliarse con sus
demonios internos. La visión queer de Mendoza no se limita a plantear
que las dos mujeres sean lesbianas (nunca se sugiere eso y dudo que sea el
caso) sino a exponer sus demonios personales, su catarsis en cuanto a la
identidad y el rechazo, y crear un guión alegórico alrededor de estas
emociones, otorgándole a un simple cuento de fantasmas un peso humano del que
pocas películas pueden presumir. Si a esto le agregamos la fama de Mendoza como
“director orquesta” (escribe, dirige, fotografía, edita, compone la música,
actúa y en sus musicales también escribe las letras, toca los instrumentos y
canta) y como magnífico constructor de atmósferas, entonces nos topamos con una
pequeña joya que nació en la periferia lejana del cine norteamericano actual,
tanto que es aún más independiente que lo indie. Es una película que
debe verse, si no por cualquiera de las razones antes mencionadas, al menos por
el hecho de que será difícil volver a verla proyectada en nuestro país. Dejen
que H.P. Mendoza (su nombre no es referencia a Lovecraft, por cierto) les
cuente esta fantasmagórica historia. Acompañen a Emily en este viaje y siempre
recuerden ir hacia la luz.
Por: Chucho E. Quintero,
cineasta mexicano, para el Diario Macabro 2012
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