miércoles, 25 de marzo de 2015

Horror & México: De Don Juan Tenorio a Cronos – Parte II

Por: Mario Valencia
Twitter del autor: @MarioZala17

En nuestro capítulo anterior La Llorona acechaba mansiones abandonadas, un hombre sin rostro asesinaba sin piedad, los conventos eran azotados por males del más allá y un monstruo similar al del Dr. Frankenstein, era la prueba fehaciente de cómo no tropicalizar una película. Ahora, seguimos con la escalofriante segunda parte.

A partir de 1957, se tomaría un interés en el género, lo suficientemente grande como para abarcar las siguientes dos décadas del cine nacional. El vampiro, protagonizada por Germán Robles, da el giro al darle seriedad, matices expresionistas, clara influencia de las cintas de Universal Studios, y el protagonismo de una mujer (Ariadna Walter), como la fuerza que debe detener a este feroz vampiro de seguir infestando el pueblo.

Chano Urueta seguiría en el rubro, lanzando La cabeza viviente (1961), El barón del terror (1962) y El espejo de la bruja (1962). La primera sobre la profanación de una tumba azteca y la segunda, sobre un hombre ejecutado en el siglo XVII por la Inquisición. Nuevamente, el terror relacionado a la mística religiosa es lo que acapara. ¿Dónde queda el terror provocado por la psicología humana?


Mientras El Santo, Chabelo y Pepito, seguían repartiendo golpes y chistes malos a una serie de infames botargas, llegó el director más influyente de la escena nacional para refrescar al género: Carlos Enrique Taboada. Hasta el viento tiene miedo (1968), marca su debut como director tras co-escribir guiones junto a Urueta. Seguirían El libro de piedra (1968), Veneno para las hadas (1986) y Más negro que la noche (1975), la cual, jugaba con el clásico simbolismo de un gato negro, representando la locura habida entre cuatro mujeres. Como siempre, en esta industria no puedes mantenerte realizando obras de un solo estilo, y solo como paréntesis, Taboada lanza cintas como La guerra santa y ¿Quién mató al abuelo?, ambas de gran calidad, pero alejadas del horror.

A la par, otro gran maestro: Juan López Moctezuma, periodista y productor de Alejandro Jodorowski. Con solo cinco películas en su haber, de 1973 a 1994, convertidas ahora en clásicos de culto, representan los grandes vicios del ser humano, más el juego que discierne entre realidad y fantasía. La mansión de la Locura (1973), basada parcialmente en un relato de Poe, marca el inicio de su corta carrera cinematográfica. Su más grande éxito, hasta años después: Alucarda, la hija de las tinieblas (1977), inspirada en Carmilla de Sheridan Le Fanu, lleva a los límites la relación lésbica entre las protagonistas y expone el horror gótico nacional a grandes niveles. Es una pena que Moctezuma, haya fallecido en condiciones precarias, como se ve en el documental Alucardos.


Juan Ibañez, director de la aclamada película Los caifanes, dirigió, a partir de fragmentos comprados por él en una visita a Hollywood, inmundas cintas que anunciaban como estelar a Boris Karloff, el legendario monstruo de los años 30. Obviamente, Karloff ya había fallecido y jamás puso un pie en México. Solo se añadieron escenas hechas aquí que incluían a Julissa, Enrique Guzmán y Tongolele. Así nacen Invasión Siniestra y La muerte viviente.


Finalmente, otra trilogía, no considerada así aunque el autor de este texto encuentra fundamental para el cine nacional, buscaba ganarse el gusto del público por su imponente protagonista: Enrique Rocha. De 1968 a 1975, aparecen tres películas: La endemoniada, Satanás de todos los horrores y Satánico Pandemonium. Su interpretación, se caracterizaba por ser el típico vampiro o demonio lleno de elegancia, seductor, con buen arte para hablar. La voz de Rocha, penetrante, escalofriante, comparable a la presentada por Germán Robles. Este par de actores, son íconos del cine de horror nacional. Lástima que ahora solo espera que una muchacha italiana venga a casarse con él en una telenovela…


La década de los 80s, dio fin al control de calidad en el cine mexicano. Fue una década de oscuridad para toda la industria, que deambulaba entre las películas de ficheras y las de narcotraficantes. Eso sí, vaya que era espeluznante ver Vacaciones del terror con Pedrito Fernández continuando el legado de la familia Cardona. En TV, aparecía una serie que no envejeció con gracia: La hora marcada. En su momento, era novedoso ver historias así. Ya en retrospectiva, la mayoría no pasaban del melodrama clásico, con elementos fantásticos. Al menos sirvió como semillero de talentos, incluido el último director mexicano que logró causar revuelo en el cine de terror: Guillermo del Toro. Su ópera prima: Cronos, mezcló la figura del alquimista con el vampirismo moderno. Una maravilla, prueba de la calidad posible que se puede alcanzar en México. La llamada generación de “Nuevo cine mexicano”, puso altas las expectativas. ¿Recuperó su constancia el cine de horror? 


Ahora, las grandes productoras buscan emular el cine norteamericano pero con una pobre producción, cero contenido y sustos solo al momento de darte cuenta que has perdido una hora y media de tu vida, viendo un refrito burgués hecho en la Condesa. Películas tipo Kilómetro 31, son odas al cliché que han consumido. El problema también recae, en los ambiciosos estudios que no abren sus puertas a nuevas propuestas, por temor a tocar temas tabúes o al propio estigma que la industria se provocó así misma.  Si hay un renacimiento del horror en México será más que bienvenido. Mejor dicho, sería lo ideal.




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